LA ATLÁNTIDA






Desde que Platón escribió sus misteriosos diálogos llamados "Timeo" y "Critias", cuya extensión no es más que de unas veinte páginas de un libro actual, la leyenda de la Atlántida ha fascinado a muchos. El filósofo señalaba que en ese misterioso lugar moraba un pueblo extraordinariamente civilizado y rico, y que un día sobrevino en el mundo un cataclismo de tales características que en un lapso de 24 horas lo hundió en el mar, con todas sus riquezas y esplendores. Esto ocurrió, dice Platón, 9500 años antes de que él lo escribiera.

Según el investigador Otto Muck, la Atlántida era un paraíso templado-cálido, de fértiles llanuras, en cuyas cordilleras abundaban los bosques de maderas valiosas. Era una tierra rica en cobre, estaño, oro y plata. Era tanta la riqueza de aquellas tierras y tal la excelencia de su clima que su población se multiplicó rápidamente, llegando a los 60 millones de habitantes; una cifra portentosa, más si se estima que Egipto (uno de los países más densamente poblados del mundo antiguo) no pasó jamás de los 15 millones.

También parece haber sido una civilización muy avanzada para aquellos tiempos, en los que Europa recién entraba al período neolítico. Pero dice la tradición que los atlantes se alejaron de su dios, de sus antiguos líderes, y extraviaron el propósito de sus vidas; y que por esa causa el dios Zeus había decidido castigarlos.

¿Dónde estaba la Atlántida?

El sacerdote jesuita A. Kirchner, investigador de la obra de Platón, afirmó en el año 1665 que el continente perdido habría estado en el océano Atlántico, entre España y América, dato que es compartido por la mayoría de los investigadores actuales.
Cuentan las leyendas antiguas que entre los siglos XII y I antes de Cristo era imposible alejarse de la costa europea más allá de las Columnas de Hércules (hoy Estrecho de Gibraltar) pues se encontraban aún flotando enormes masas de lodo procedentes del cataclismo que hundió a la Atlántida. ¿Cómo sería posible esto? Una respuesta muy seria la dan los vulcanólogos, especialmente aquellos que tuvieron la oportunidad de estudiar los efectos de grandes erupciones. Nos indican que las cenizas volcánicas son lanzadas a gran altura mezcladas con ácido carbónico, nitrógeno, agua y anhídrido sulfúrico. La lava en estado de cenizas es porosa y los ácidos y el agua extraen de ella gran cantidad de compuestos minerales hasta dejar sólo los materiales más inertes y duros; éstos constituyen la piedra pómez, una piedra tan liviana que flota sobre el agua hasta que, poco a poco se impregna y se hunde.

El cataclismo

A comienzos de la década de los 60, un grupo de geólogos alemanes desarrolló una teoría que parece confirmar la posibilidad de que haya habido un cataclismo bien determinado, capaz de hundir un subcontinente de doscientos mil kilómetros cuadrados en el fondo del mar dejando afuera sólo sus montañas más elevadas, como por ejemplo las islas Azores. Tomaron en consideración tres factores:

Primero, el deslizamiento de las placas continentales. Según esta teoría, el continente americano se separó de Europa, áfrica y la Antártida por el deslizamiento de las placas sobre las capas más profundas y viscosas del planeta. Si miramos un mapa, veremos que sus formas calzan casi como las piezas de un rompecabezas. La excepción la constituye la zona correspondiente al Caribe y España, donde queda un espacio vacío.

En segundo lugar, el hueco que se produce coincide con la extensión tradicionalmente atribuida a la Atlántida.

Tercero, han comprendido que ninguna erupción volcánica habría podido producir un efecto suficiente como para hundir una masa tan grande de tierra firme.

De acuerdo a esto desarrollaron la tesis de que el cataclismo que sí podría haber provocado tal hundimiento sólo podría originarse en una perforación tan profunda en el suelo submarino que alcanzó las materias fundidas que hay debajo de la corteza terrestre, a las que llamamos "magma". Este cráter habría proyectado gigantescos chorros de materia incandescente haciendo que al mismo tiempo se hunda el fondo oceánico, con lo que en unas 24 horas toda la Atlántida habría podido sumergirse hasta una profundidad de tres mil metros. La masa enorme de cenizas volcánicas, millones de metros cúbicos de lava porosa y piedra pómez, se habría precipitado pronto sobre el mar en el mismo lugar donde antes se alzaba la hermosa isla de los atlantes.

Se cumplirían así los detalles más dudosos del relato de Platón. Por supuesto que hay muchos más indicios que indican que el fondo del mar inmediato a las Azores estuvo antes emergido. Por ejemplo, se han detectado allí grandes extensiones de fondo marino arenoso, y es sabido que la arena sólo se produce en las superficies por la acción del agua sobre las piedras; y todo esto sin mencionar las ruinas submarinas descubiertas en la región conocida como Triángulo de las Bermudas.

La muerte vino del espacio

Finalmente, este grupo de geólogos encabezado por el investigador Otto Muck, concuerda en que el único acontecimiento que podría haber provocado tales efectos estaría relacionado con el espacio exterior. Observando la zona de Carolina, en Estados Unidos, donde hay una concentración notable de cráteres ocasionados por meteoritos de masa relativamente grande, se preguntaron si tales meteoritos no habrían sido fragmentos de una masa mucho más grande que habría caído sobre el océano.

Si dicho meteoro hubiera golpeado la superficie marina en el ángulo apropiado, su masa habría penetrado hasta el magma como un perdigón que atraviesa un huevo.


Queda aún por preguntarse: ¿Qué dioses quisieron castigar a esos atlantes que "se alejaban de su dios"? Platón estaba a punto de escribir la serie de conceptos con que Zeus justificaba su decisión de condenar a los atlantes, cuando la muerte le arrebató el buril y el pensamiento.

Extraído de "Paradigmas:
mitos, enigmas y leyendas contemporáneas" n° 2, año 1986

Comentarios

Entradas populares