El Karma




En cierta ocasión, sir Isaac Newton escribió: !Para cada acción hay una reacción igual y opuesta". El gran maestro Buda nos enseña que "Eres lo que piensas, habiéndote convertido en lo que pensaste". En esencia, ambas afirmaciones están diciendo lo mismo: que hay un efecto para cada causa. En ello radica la ley del karma. 

Todos los pensamientos que se tienen se imprimen a si mismos en la sustancia de la materia universal, donde se manifestarán en último término como un efecto en el mundo físico. A veces, el efecto puede producirse pocos momentos después de la fuente, por lo que nosotros tendremos la oportunidad de ver hasta qué punto se hallan imbricados el pensamiento y el efecto, tal y como si arrojáramos una piedra a un lago y observáramos las ondas producidas. 

Pero en otras ocasiones los efectos se producen muchos años después de la causa y resulta mucho más difícil relacionar ambas cosas. Y, sin embargo, a una estación siempre le sigue otra. El verano siempre sigue a la primavera. El pie derecho siempre sigue al izquierdo. Un hombre nunca puede ir a ninguna parte sin venir de alguna parte. 

Cada día es el resultado del día anterior, del mismo modo que hoy es el retoño del árbol del mañana. Cada pensamiento es el resultado del pensamiento que le precede, del mismo modo que cada vida es otro anillo concéntrico en el árbol de la vida eterna. Todo lo que se tiene que hacer en cada encarnación es encontrarse con uno mismo, hágase lo que se haga, váyase a donde se vaya, piénsese lo que se piense. 

Y toda experiencia vital está destinada a ayudarle a uno a refinar ese "sí mismo" que evoluciona constantemente hacia una expresión cada vez más perfecta del alma. Tal es la ley del karma. 

La Biblia nos dice: "No os engañéis, nadie se burla de Dios... Según sea la siembra del hombre, así será su cosecha". Quienes rían deben aprender a llorar, y quienes lloren deben aprender a reír. Con cada nueva lágrima y con cada nueva risa se acerca uno más y más a sí mismo, y se crea nuevo karma para su propio futuro. 

El alma expande continuamente su conciencia a través de su experiencia, hasta que finalmente ya no tiene la menor necesidad de reencarnarse en un cuerpo físico. Antes de nacer, el alma escoge las almas de quienes se convertirán en sus padres. 

Define la religión con la que vivirá. Selecciona el vecindario en el que nacerá y será educado, y en último término programa en yuxtaposición todas las experiencias de la vida por las que uno tiene que pasar, incluyendo cada uno de los callejones sin salida en los que uno se meterá hasta descubrir el camino que conduce a la verdad. 

A medida que los pasos dados por la vida se hacen más y más ligeros, lo mismo sucede con el peso kármico. Sin embargo, no se puede apresurar este proceso de encontrarse con sí mismo, porque si uno trata de avanzar de puntillas se pierde el equilibrio. El hombre no hace más que buscar el camino de regreso a casa, y define su estado de felicidad por la seguridad experimentada al recorrer ese camino.

Vaya donde vaya, el hombre siempre se dirige a casa y sus lecciones kármicas son el mapa de ruta en el que se señalan las paradas, obstáculos y rodeos que tiene que superar para llevar su alma al estado de perfección, en el que podrá volver a ser uno con el Espíritu Puro. 

 La huida bajo la ley kármica En su obra Dichos de Yogananda, el gran místico explica la reencarnación y el karma con las siguientes palabras: "-Maestro, sólo soy consciente de la vida presente. ¿Por qué no tengo recuerdos conscientes de las encarnaciones previas ni conocimientos previos de una existencia futura?" - preguntó un discípulo. "

- La vida es como una gran cadena en el océano de Dios - contestó el maestro 

-. Cuando una porción de la cadena surge de las aguas, sólo se ve esa pequeña parte. El principio y el final permanecen ocultos. En esta encarnación sólo estás viendo un eslabón de la cadena de la vida, mientras que el pasado y el futuro, aun siendo invisibles, permanecen en las profundidades de Dios, que sólo revela sus secretos a quienes se hallan sintonizados con Él.

" Aunque la mayor parte de nosotros no poseemos recuerdos conscientes de nuestras vidas pasadas, no sólo estamos viviendo los efectos de todo lo que hemos causado en aquellas vidas, sino que son precisamente aquellas mismas causas las que nos hacen nacer desiguales. 

No debemos confundir la creencia de que "todos los hombres han sido creados iguales", con el pensamiento de que "todos los hombres nacen iguales". 

Sabemos perfectamente que un niño nacido con un defecto de nacimiento probablemente no tendrá el mismo estilo de vida ni disfrutará de las mismas oportunidades que otro niño nacido sin defectos. Un niño nacido en un ghetto no puede esperar tener las mismas experiencias que otro niño nacido en el campo. 

Mientras que sabemos que el concepto de que todos los hombres son creados iguales es correcto en la medida en que se refiere al hombre como una entidad con alma en su creación original, lo que ese mismo hombre haga con dicha igualdad a partir del momento en que empiece a moverse en la vida, es algo que depende por completo de su libre albedrío. 

Naturalmente, aquello que haga con su voluntad determinará también los niveles que alcanzará su alma, así como cuándo los alcanzará. 

Dos individuos diferentes, confrontados con los mismos acontecimientos o circunstancias, se comportan de modo diferente; uno echa a correr, alejándose del acontecimiento, mientras que el otro se enfrenta a él hasta el máximo de sus posibilidades kármicas. 

El primer individuo tendrá que volver a repetir el acontecimiento una y otra vez, mientras que el segundo se hallará preparado para avanzar hacia el aprendizaje de nuevas lecciones. 

A medida que transcurren los días, convirtiéndose en meses, años y vidas enteras, el segundo individuo irá alcanzando niveles de karma cada vez más elevados y con mayor rapidez, mientras que el primer individuo es muy fácil que se tenga que enfrentar a las mismas lecciones kármicas, básicas y elementales, durante una eternidad de períodos de vida. 

Se tiene que visualizar uno mismo como si se fuera un niño en la escuela al principio del curso. Todos los niños empiezan con libros nuevos, ropas nuevas, lápices bien afilados y pupitres nuevos. Todos ellos acuden a la clase de un modo aparentemente igual; todos ellos proceden del año anterior, en el que fueron desiguales. Al cabo de pocas semanas, algunos de los estudiantes habrán roto las libretas, perdido las carpetas y no habrán hecho los deberes en casa, mientras que otros habrán decidido hacer proyectos extras mediante los cuales obtendrán conocimientos nuevos y superiores durante el curso actual. 

Una vez terminado el año, se vuelve a repetir la misma historia. Como quiera que los estudiantes no fueron iguales al principio, tampoco lo serán al final. El maestro que contemple la clase con objetividad, observará los diferentes niveles alcanzados por cada uno de los estudiantes. 

El inicio del curso escolar se parece mucho al principio de la vida: siempre desigual al principio y siempre lleno con diferentes lecciones futuras para cada uno de los individuos. 

Lo que es bueno para uno no tiene por qué ser necesariamente bueno para otro. A medida que tus propios ojos observan los fértiles valles del patio del vecino, Dios sonríe y dice: "Ah, pero a ti te tengo reservado algo mejor, aunque no lo encontrarás si tratas de dominar las lecciones reservadas a tu vecino". 

A pesar de que todos vivimos bajo la misma ley kármica, cada uno de nosotros nos encontramos encaramados en un peldaño distinto de la escalera que conduce a la perfección. Cada peldaño es una fase de crecimiento diferente, la más importante de las cuales es precisamente la que estamos a punto de abordar. Pero siempre estará en consonancia con todos los peldaños que ya hemos subido y que nos han permitido llegar a la altura de la escalera en que nos encontramos ahora. 

Cada uno de los peldaños dejados atrás es una encarnación pasada, y en cada vida que vivimos nos estamos asegurando de que todas las partes de la escalera que está bajo nosotros son firmes y sólidas. 

Es mucho más arriesgado subir rápidamente por una escalera temblorosa, que esforzarse en los peldaños inferiores para asegurarlos.

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